ciudad del sol

 


 

El retorno de lo simulado

El gesto de colocar algo ante los ojos para verlo expresamente, para ejercer sobre el mismo un proceso hermenutico generado por la visin, no puede por tanto dejar de sorprendernos cuando le prestamos la atencin que merece. Lo ms curioso, si recordamos la anterior reflexin en torno al desasosiego que supone ver interrumpida la propia mirada, es que cuando ejecutamos el gesto de construirla, es decir, cuando levantamos un libro, una pintura o cualquier otro objeto para situarlo ante nuestros ojos, no estamos haciendo otra cosa que interrumpir nuestra visin.

Cumpliendo con un muy posmoderno peregrinaje y para fundamentar su clebre concepto de simulacro, Baudrillard se refiri a Borges, concretamente a la alegora de aquel meticuloso emperador que en su obsesiva pretensin de obtener el mapa ms detallado posible de su imperio consigui finalmente que sus cartgrafos le confeccionaran uno que coincida exactamente con el territorio, las formas del cual quedaron as cubiertas y anuladas por su propia representacin. Con esta prevalencia ontolgica del territorio frente a un mapa arruinado por el tiempo y con sus pedazos desperdigados sobre la superficie de aquel, se ha querido confeccionar, no tanto un juicio acerca de las imperiales omnipotencias, como una enseanza sobre el peso que adquiere siempre lo real ante la inevitable levedad (y livianidad) de la imagen. La parbola sirvi a Baudrillard para introducirnos en una era, la contempornea, en que el territorio ya no precede al mapa ni lo sobrevive: es el mapa el que precede al territorio y lo engendra, y aade que si fuera preciso retomar la fbula, hoy seran los jirones del territorio los que se pudriran lentamente sobre la superficie del mapa. (5) Moraleja: una poca que tolera a los fantoches mientras permite que se pudran los titanes, deja mucho que desear.

Pero lo que en su da pas como la visin original y escalofriante de un nuevo Apocalipsis, no era otra cosa que la penltima versin de un libelo contra la mirada tan antiguo como el mito de la Medusa cuya mirada converta a los hombres en piedra, o la parbola de la mujer de Lot que por mirar se transformaba en estatua de sal. Con tan larga tradicin a sus espaldas, no sorprende que Baudrillard contine con la difamacin afirmando que detrs del barroco de las imgenes se esconde la eminencia gris de la poltica, (6) aunque todos sabemos que nunca ninguna dictadura ha impedido ver, y sin embargo todas han prohibido mirar.

Tanto la advertencia de Baudrillard como las anteriores admoniciones de Marshall McLuhan y Daniel Boorstin (7) son vctimas de la propia trampa de la cultura occidental que las ha engendrado, una cultura que ha ido arrinconando el concepto de imagen-mirada, emparentado con la ciencia, para permitir que se impusiera una concepcin de la imagen cercana a la visin, es decir, que fuera, de tan natural, inocua. Esta nocin mimtica de la imagen ha sido proverbialmente gestionada por una tradicin artstica a la que los postulados de Leone Battista Alberti vaciaron en su momento de ideologa y densidad epistemolgica. Ni siquiera la irrupcin furibunda de las modernas vanguardias consigui romper este cordn umbilical que une los albores perspectivistas del Renacimiento italiano con el amanecer de la norteamericana realidad virtual del siglo XXI.

La cuestin es saber si esta paulatina sustitucin de la realidad por su simulacro es intrnsecamente daina o si, por el contrario, puede resultar a la postre tan beneficiosa como lo ha sido otro cambalache no menos famoso, el de la realidad por el texto, que no ha dejado de tener sus detractores, entre los que figuran nombres tan ilustres como el de Cervantes, quien a su Don Quijote le acus de darse en exceso a la lectura y en consecuencia perder el mundo de vista. Si al final hemos aprendido a ver razonadamente aquellos libros que colocamos ante nuestros ojos y cuya lectura, no tan slo no obnubila nuestra comprensin de la realidad sino que la acrecienta, nada nos impide pensar que la educacin de nuestra mirada puede otorgar a los simulacros la facultad de aadir densidad a un mundo que por naturaleza carece de atributos y que cuando los adquiere social e histricamente, stos son automticamente negados por una esttica ciega de tanto ver y poco mirar.

No iba, pues, tan desencaminado el emperador de Borges al demandar mapas tan monstruosos que anularan el territorio, puesto que de su existencia dependa la comprensin del mismo. Una vez el mapa se hubo extendido sobre el imperio, el crimen fue dejar que se arruinara, puesto que, como muy bien dice Baudrillard, para entonces no haba ms territorio que el mapa, aunque ello no ocurriera por una burda suplantacin espuria, sino porque a travs del mapa el territorio se haca por vez primera plenamente inteligible. Era el momento de la verdadera conquista, aquella que no haban conseguido ni la poltica ni las guerras del emperador y que ahora sin embargo alcanzaban las maquinaciones siempre vilipendiadas de la representacin. Por fin se haca visible, y se confunda con l, toda la complejidad metafsica de un mundo en apariencia indiferente. De esta forma, ya no habra lugar para paradojas como la que propone Heinz von Foerster y segn la cual no se puede ver que no se ve lo que no se ve. (8) En el mbito de la imagen, la proverbial invisibilidad del significado se rinde ante una mirada plenamente inteligente.

Modelos para la mente

Si, como propone Derrick de Kerckhove, la estructura del teatro griego fue el primer modelo del espacio mental de occidente, no cabe duda de que el segundo fue la cmara oscura y que entre ambos delimitan el espacio conceptual donde, a partir del Renacimiento, empez a fraguarse la idea de sujeto que tuvo su culminacin y su crisis con Nietzsche y Freud. La comparacin entre ambas estructuras es muy ilustrativa. Mientras que en el teatro griego, si tomamos como ejemplo el de Epidauros, el espectador contempla en comunidad una representacin cercada por los espectadores, en la cmara oscura, si nos atenemos al modelo de Athanasius Kircher, el espectculo se ha privatizado y es un espectador individualizado el que lo observa de forma ms distanciada, pero tambin con un mayor grado de focalizacin.

El teatro griego vena a formalizar una relacin que parta de la mezcla indiscriminada del espectculo y su pblico, cuando los coros se mezclaban con el mismo y converta en ptico lo que haba sido estructuralmente acstico. (9) En su recinto, el espectculo era nico para todos, si bien cada cual conservaba una relacin individual con el mismo a travs del mecanismo de identificacin que delimit Aristteles. La identificacin era el equivalente psicolgico de la mirada que salvaba en la mente la distancia fsica que sta constataba en el mundo fsico. El trasvase de lo acstico a lo ptico significaba un proceso de racionalizacin, estructurado a travs de la mirada, es decir, de una visin enriquecida mediante el proceso de identificacin con el hroe y su tragedia. De la irracionalidad dionisaca se pasaba a una organizacin apolnea en la que la irracionalidad se desplazaba hacia lo subjetivo: el caos desapareca de la realidad, en la que se haba experimentado como vivencia comunitaria, y quedaba reducido a un movimiento pasional de alcance semiprivado.

La cmara oscura fue, mucho ms incluso que el teatro griego, una metfora de la mente, en este caso la del empirismo, en la que se impone la paradjica presencia de un ojo interno capaz de observar la imagen del mundo que llega reflejada a sus oscuros rincones. Cuando un espectador entraba por lo tanto en una cmara oscura, era como si se internarse en su propio cerebro y fuera capaz de contemplar el proceso de recepcin de las imgenes del mundo en el mismo. De esta forma, ese espectador resolva una paradoja con otra, al tiempo que acrecentaba su proceso de ensimismamiento. Pero la importancia de la mirada quedaba de esta forma disminuida, puesto que la imagen, al proyectarse sobre una de las paredes de la cmara oscura, pareca corroborar su clara independencia del observador, mientras mostraba estar directamente conectada con el mundo a travs del haz de luz que la introduca en el recinto. La separacin entre sujeto y objeto, cuyo inicio el teatro griego haba formalizado, pareca pues fundamentarse plenamente con la cmara obscura, a pesar de que en ste caso todo el proceso se realizase en el interior de un dispositivo que aislaba tanto al sujeto como al objeto de la realidad exterior. De todas formas, la consolidacin de este divorcio requera una conexin racional del sujeto con el objeto que sustituyese la relacin emptica de la dramaturgia aristotlica, pero curiosamente esta conexin surgi de rebajar la importancia de la mirada como relacin entre ambos trminos. Es decir que la cmara obscura fundament la distincin trascendental entre la mirada artstica y la visin cientfica: una regida por las emociones; la otra por la razn.

De esta forma desapareca cualquier trazo del juego de tensiones dialcticas entre unin y disociacin, entre identificacin y distanciamiento, entre mirada y visin que se produca en el primer modelo mental y que la dramaturgia aristotlica pretendi resolver a su manera. Hubo que esperar a Brecht para que, a principios del siglo XX, ste desenterrara tales tensiones y quisiera resolverlas desde la perspectiva opuesta, con una dramaturgia expresamente no aristotlica. Pero ello no supona tanto una novedad como una acomodacin a los nuevos tiempos. La ciencia, que en su momento haba establecido los lmites de su territorio, dejando fuera del mismo al arte, regresaba ahora para hacerse con todo. La dramaturgia brechtiana, con su efecto de distanciacin (Verfremdungseffekt), simtrico a la identificacin aristotlica, no propona realmente un nuevo modelo mental, sino que por el contrario no haca ms que fundamentar los presupuestos del modelo cartesiano, cuando ste ya haba entrado en decadencia, a pesar de que la proliferacin del espectculo cinematogrfico pareciese indicar todo lo contrario.

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De esta crisis del segundo modelo mental surge, pues, un tercer modelo y lo hace en el mbito de la informtica, a mediados del siglo XX, cuando Douglas Engelbart decide conjuntar un monitor de televisin y uno de esos ordenadores que hasta ese momento haba sido completamente opacos, unas cajas negras de funcionamiento lineal que ejecutaban su recndito cometido en el intervalo que iba del input al output. Aparentemente, el monitor permita observar por primera vez un funcionamiento abstracto, el que se produca entre estos dos polos, pero para hacerlo no poda simplemente poner de nuevo en marcha el dispositivo de la ventana de Alberti, capaz de dejar ver el paisaje sin entrometerse en el mismo. No cabe duda de que el monitor de televisin era formalmente un sucesor de la ventana renacentista, con una compleja genealoga que haba transitado por la pintura, el teatro y la pantalla cinematogrfica, pero esta nueva ventana ya no conectaba, como su antecesora, con la superficie visible del mundo, sino que lo haca, aparentemente por vez primera, con la verdad escondida detrs de la misma, es decir, con las maquinaciones de aquel lenguaje mediante el cual, segn Galileo, estaba escrito el libro del universo: las matemticas. Pero si bien momentneamente la pantalla se pobl de paisajes intrnsecamente numricos, patrocinando hiperblicamente una esttica emparentada con la ruptura que haba supuesto el arte abstracto con respecto al realismo y dando con ello la impresin de que se trataba simplemente de auspiciar un ejercicio de ver, lo cierto es que pronto se impuso la necesidad de mirar y se dio paso a la metfora, es decir, a una construccin de la mirada. Con ello se pusieron los fundamentos del tercer modelo mental, que hoy se conoce como interfaz.

El concepto de interfaz, que en sus inicios fue entendido como el hardware y el software a travs del que el ser humano y el ordenador se comunican, y que ha ido evolucionando hasta incluir tambin los aspectos cognitivos y emocionales de la experiencia del usuario, (11) es de una trascendencia tan acusada como la que en su momento alcanzaron el teatro griego y ms tarde la cmara oscura, y guarda con ellos esta relacin genrica que he comentado: los tres son modelos de la mente y configuran el imaginario de una determinada epistemologa. Pero sera un error no comprender el cambio que la interfaz supone con respecto a los modelos anteriores y creer que se trata simplemente de la prolongacin de una dramaturgia cuya operatividad se quiere tan prolongada que se acaba considerando de carcter ontolgico. As, Brenda Laurel, en su ensayo ya clsico donde equipara el ordenador con el teatro, efecta una serie de planteamientos que delatan cierto concepto inmovilista de la imaginacin que no est demasiado lejos de resultar pattico por el marco tradicionalista en el que se inscribe:
Los ordenadores son teatro. La tecnologa interactiva, como el drama, ofrece una plataforma para representar realidades racionales en las que determinados agentes ejecutan acciones con cualidades cognitivas, emocionales y productivas () Dos mil aos de teora y prctica dramtica han sido dedicados a una finalidad que es remarcablemente similar a la incipiente disciplina del diseo de la interaccin entre el ser humano y el ordenador: concretamente, crear realidades artificiales en las que el potencial para la accin est enriquecido cognitiva, emocional y estticamente.

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La interfaz es un espacio virtual en el que se conjuntan las operaciones del ordenador y el usuario. En este sentido es cierto que pone en funcionamiento los dispositivos aristotlicos de la identificacin, puesto que lo que sucede en el espacio de la interfaz est regido por las metforas visuales, y por lo tanto parte de ese funcionamiento se refiere a la vertiente emocional y subjetiva del arte. Pero, por otro lado, esta subjetividad est representada, o puesta en evidencia, para la mirada, y no busca la recepcin pasiva del usuario, sino su actuacin. De ello se deriva que, paralelamente a la comunin emptica que se produce a travs de la observacin pasiva, espectacular, del juego metafrico, la interfaz proponga tambin una necesaria distanciacin de carcter didctico, capaz de activar la mirada del usuario, que podr, de esta forma, actuar en el ncleo de la mquina. Ahora bien, no termina aqu el trfico de equivalencias, puesto que, en cierta medida, la interfaz tambin permite convertir la bsica pasividad de la identificacin en una funcin activa, de la que aquella slo acostumbra a disfrutar, pasajeramente, en su culminacin catrtica. A la vez, genera tambin la operacin contraria que consiste en diluir la irracionalidad de este momento catrtico en el mbito de la visualidad metafrica, que es de carcter espacial. La catarsis pasa as, de ser un resorte emotivo incontrolable por el espectador, a convertirse en una representacin en continua metamorfosis dirigida por la mirada del usuario, mientras que, a su vez, el factor distanciador que propone esta imagen se impregna de una tensin identificativa que al no acabar de resolverse mantiene aquella en constante efervescencia. (13) Se trata, en definitiva, de un juego dialctico entre objetividad y subjetividad que ya recorra los fundamentos de la esttica cinematogrfica, pero que ahora adquiere definitiva operatividad y se adentra por territorios inexplorados por la dramaturgia flmica.

En la interfaz se conjugan, pues, dos mundos antagnicos y dos dramaturgias igualmente opuestas, que ahora pueden trabajar conjuntamente, de la misma forma que otra de sus caractersticas destacadas es que, en su terreno, las operaciones matemticas se transforman en esttica y sta en operaciones matemticas. Concluyendo: la interfaz es un dispositivo capaz de reunir en su actuacin dos pares de paradigmas de crucial importancia: por un lado, el del arte y el de la ciencia, en cuya escisin se ha basado gran parte de la cultura contempornea, y por el otro, el de la tecnologa y el humanismo, de cuya dialctica se ha alimentado, tanto positiva como negativamente, el imaginario del siglo que termina. Es en este sentido que la interfaz se constituye en una herramienta de futuro, capaz de articular, no tan slo un funcionamiento prctico, sino de fundamentar tambin todo un imaginario de indudable complejidad.

Con la interfaz se objetiva definitivamente la mirada y todos sus dispositivos. Se trata, por supuesto, de un espacio escnico como indica Laurel, pero en ningn caso esta escena es aristotlica, como no poda ser de otra manera, despus de un siglo de dramaturgia cinematogrfica y con el trabajo subterrneo que efecta constantemente el lenguaje publicitario en la imaginacin contempornea. En la interfaz, la figura del espectador sucumbe a sus propias maquinaciones, puesto que ste, como usuario, se construye constantemente a s mismo, en la medida en que sus acciones determinan el mundo en que ellas mismas son posibles y operativas. El mecanismo ya lo haba intuido Benjamin, cuando en los albores de la era de la tecnologa de masas explor el surrealismo como la ltima instancia de la inteligencia europea y lleg a la conclusin de que estaba formando un mbito de imgenes que no se puede ya medir contemplativamente. (14) Slo que, esa instancia que Benjamin entenda como postrera, se ha revelado finalmente como poseedora de un paradjico aliento de futuro:
La physis, que se organiza en la tcnica, slo se genera segn su realidad poltica y objetiva en el mbito de las imgenes del que la iluminacin profana hace nuestra casa. Cuando cuerpo e imagen se interpenetran tan hondamente que toda tensin revolucionaria se hace excitacin corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria, entonces y slo entonces se habr superado la realidad tanto como el Manifiesto Comunista exige.

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La paradoja, raz de toda una serie de claroscuros, reside en el hecho de que esta destilacin revolucionaria ha acabado producindose en el seno de un capitalismo multinacional desorbitado. La interfaz se revela as como un modelo que rene tendencias que, si en un principio parecan contrapuestas, ahora demuestran ser indicios de corrientes subterrneas de mucho mayor calado y que en realidad convergan. No entra dentro de los planes de este artculo contemplar las contradicciones sociales y polticas que este modelo mental, como los anteriores, pone al descubierto cuando se examina con detenimiento: al fin y al cabo, las funciones de cualquier modelo deben entenderse como primordialmente sintomticas y no como apologticas. Pero no estar de ms hacer notar que muchas de las relaciones sociales contemporneas adquieren las conformaciones que muestra bsicamente la interfaz, lo que no deja de probar su validez como modelo. As en un reciente artculo aprecido en un peridico, Jean-Paul Fitoussi, al comentar las caractersticas de la nueva economa, dice lo siguiente:

Al fin se ha encontrado la piedra filosofal, bajo la forma del surgimiento de un nuevo agente econmico, figura del futuro inscrita ya en el presente: el trabajador capitalista, especie de sntesis individualista entre el socialismo y el capitalismo. En cierto modo, se trata de la interiorizacin del conflicto de clase, ya que, al parecer, no existe un tercer explotador. La autoalienacin resultante dejara como nica libertad al individuo el dar lo mejor de s mismo!.

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Esta sntesis perversa, que funciona siguiendo las formulaciones de las que es imagen la interfaz, nos advierte que la realidad ha dejado atrs su proverbial sencillez, aquella que la cmara oscura, por ejemplo, pretenda emblematizar. La interfaz, en este sentido, anuncia una complejidad mucho mayor, pero esta complejidad desaparecera si entendiramos que la sintona de los dispositivos de la interfaz con las caractersticas de la modernidad (o la posmodernidad) es garanta suficiente de una absoluta solidez tica de ambas. En otros momentos de la historia, por ejemplo mientras perdur la mirada unidimesional de la Ilustracin, la nitidez del modelo poda servir de fundamento del mismo, as como de lo modelado: el trabajo de la metfora desapareca tras el ptimo funcionamiento de una de sus apariencias, destinada precisamente a la ocultacin. Pero una poca como la nuestra que nace, con Nietzsche, en el mbito de la sospecha, no puede permitirse eludir la duda sobre sus propias construcciones, aunque tampoco pueda, como hubiera querido Adorno, simplemente demonizarlas. Es por ello que, as como las estructuras del teatro griego y de la cmara oscura eran capaces de darnos una imagen clara de determinado funcionamiento mental (que a la postre era tambin social), no sucede lo mismo con la interfaz, cuya visualidad aparece difuminada por el continuo cambio de posiciones de los elementos que la configuran. Quiz debamos acabar aceptando que esta visualidad borrosa es precisamente el icono ms claro de una mentalidad que ha dejado atrs el limpio movimiento de los mecanismos para entrar en el complejo y cambiante entorno del fluido electrnico. Un nuevo entorno en el que el rudo enfrentamiento de las polaridades contrapuestas deja paso al hechizo que destilan todos los mestizajes, el cual no est, por supuesto, exento de peligros.

Josep M. Catal Domnech
http://www.iua.upf.es/formats/formats3/cat_e.htm

 



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